La importancia de la victoria de Lula para España

Al inicio de su mandato, en 2018, el todavía presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, podría haber decidido construir un proyecto político combinando tradición y liberalismo moderado, atrayendo talentos y reduciendo el odio en el país desde su liderazgo, pero no quiso. Era el camino que quería su vicepresidente Hamilton Mourão. Bolsonaro podría haber ensayado un aggiornamento con el apoyo de las clases altas, medias y un segmento popular, pero no quiso. También, en el marco del drama humanitario de la pandemia, podría haberse consolidado electoralmente (para un natural segundo mandato) pudiendo haber vacunado a Brasil antes que otros países desarrollados, porque Brasil es un país puntero en vacunas y en logística de vacunación, pero no quiso.

En lugar de ello, Bolsonaro se instaló en una huida hacia delante a base de sectarismos, bravuconadas y pulsión de muerte, situándose al margen de la dinámica de pesos y contrapesos de la democracia liberal en general y la opinión pública en particular. Prefirió la doctrina Trump más acorde con su personalidad, basada en tweets populistas y emisiones en directo por redes sociales para azuzar el odio. Mucha retórica inútil, pero también despilfarro, descrédito de las instituciones y destrucción del Estado, lo que incluye la instrumentalización de la policía, el enfrentamiento entre poderes, el deterioro del Estado de bienestar y el estrangulamiento de la educación pública.

La familia del patriarca Bolsonaro ha sido acusada de comprar numerosos pisos en efectivo a lo largo de su carrera política, manteniendo a sus exmujeres económicamente contentas porque siempre las ha usado de testaferro. Bolsonaro paga para que mantengan la boca cerrada, mientras ellas disfrutan de mansiones y de un ritmo de gasto incompatible con sus ingresos legales. También se acusa a Bolsonaro de hacer un Mensalão gigantesco como ha sido el Presupuesto Secreto (Orçamento Secreto), así como -a través del presupuesto público- del fichaje de 6.000 militares, acumulando salarios (el militar y el político) y sin techo de ingreso. Toda esta compra de voluntades ha imposibilitado un impeachment del que sobraban los motivos. Quizá este será el mayor logro político de Bolsonaro, que politólogos e historiadores tendrán de explicar en el futuro en clave de la fragilidad de la democracia brasileña, junto con obviamente el golpe de Estado mediático-judicial que viabilizó el impeachment (sin motivos) -aparentemente legal- contra Dilma Rousseff en 2016. Hoy la propia prensa antipetista ha quedado en evidencia con la ley del embudo, e incluso expresan un mea culpa indirecto, por ejemplo, diciendo -como ha dicho el canal Globo- que Lula ya no tiene cuentas pendientes con la Justicia. Estos son los mismos medios que alimentaron la ola de odio que llevó a un periodo anárquico de caza de brujas en Brasil.

Bolsonaro está solo. No tiene gurú de referencia. El negacionista e intelectualmente tramposo, Olavo de Carvalho, poéticamente fallecido por Covid, ya no puede calentar las redes sociales ni adoctrinar a soldados para el Gabinete de Odio, que -por otro lado- el Tribunal Supremo desarticuló. No obstante, hay que reconocer que Olavo dejó su huella de filósofo-polemista de la destrucción y del apocalipsis. También de ello tendrán que estudiar politólogos e historiadores.

Los militares, en general, ya están escaldados de tanto ridículo y saben que la llamada “mamata”, la succión de recursos públicos, va a terminar. El riesgo de golpe de Estado ya es un riesgo menor, aunque la idea de mantenerse en el poder o posponer las elecciones es un clásico de los autogolpes, presente en la historia brasileña. No es lo mismo un golpe desde la oposición que desde el gobierno. Es el sueño de toda la vida de Bolsonaro. Estemos atentos a los episodios de violencia, cortes de energía u otros boicots para aplazar o invalidar las elecciones.

En lo que se refiere a la relación España-Brasil, cabe destacar la asfixia de la Fundación Cultural Hispano-Brasileña -por desidia del Gobierno de Bolsonaro- que no quería financiación privada, por la criminalización de la Lava Jato, ni quería apoyar a la cultura, porque teóricamente los artistas forman parte de una dominación gramsciana de la izquierda. El fin de la ley de español en Brasil, por la que se daban clases de español de forma optativa pero con la obligatoriedad de la oferta, la realizó el gobierno de Michel Temer, pero la mantuvo Bolsonaro. El todavía presidente hizo salir a Brasil de la CELAC, boicoteó MERCOSUR, privilegió la relación con los Estados Unidos de Trump; así como despreció España y Portugal y a la Unión Europea en general.

Entre los hitos más relevantes que han ocurrido en estos años, podemos destacar los 39 kilos de cocaína que la policía española detectó en un miembro del equipo de apoyo presidencial de Bolsonaro. También me acuerdo de cómo un exsecretario de Cultura de Bolsonaro, en la I Conferencia Internacional de las Lenguas Portuguesa y Española, en Lisboa, montó un pollo de forma insolente por una crítica a su Gobierno. Este mismo dirigente bolsonarista, Roberto Alvim, acabó siendo despedido por hacer un vídeo de estética nazi.

Bolsonaro ninguneó a Marcelo Rebelo de Sousa e ignoró a la CPLP y la SEGIB. Les parecía poca cosa. Desprecia abierta y efectivamente África y sus vecinos hispanoamericanos. Para completar el panorama del horror, si otros gobiernos brasileños han alimentado indirectamente al evangelismo, el gobierno de Bolsonaro ha sido el primero de romper con la tradición católica y laica de Brasil, dando rienda suelta a un populismo religioso neopentecostal basado en diezmar económicamente a los pobres.

España y Brasil, desde los tiempos de Lula y Aznar, establecieron una relación estratégica, que ya la tenía antes de facto por las multinacionales españolas que fueron a Brasil a partir de los noventa y que durante mucho tiempo fue la segunda inversión extranjera directa. El PT ha visto esa inversión extranjera en clave de desarrollismo, diversificación de inversores y alianza geoeconómica. Lula mantiene un mejor entendimiento con la burguesía europea que con la norteamericana o la nacional, evitando retórica antinorteamericana y subrayando el proyecto nacional inclusivo de recuperación de los consensos de la Constitución de 1988.

El actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, cuando todavía era líder de la oposición, se manifestó por la libertad de Lula, así como -una vez que ya estaba en la Moncloa- recibió a Lula, Celso Amorim y Aloizio Mercadante. Esperemos que este gesto, y otros que habrá habido entre bambalinas, sirva para recuperar una relación estratégica. Hay que decir que hubo -durante el primer mandato de Dilma- algunas tiranteces por los controles migratorios en Barajas y la política de reciprocidad de Brasilia. Algo que acabó resolviéndose.

No todo se tiene que reducir a lo empresarial, o incluso a las buenas relaciones sindicales y partidarias hispanobrasileñas. De hecho, la diplomacia española tiene que defender a las empresas españolas, pero también las tiene que disciplinar si no tienen una actitud profesional y constructiva, porque una mala imagen de las empresas en Brasil, afecta a la imagen de España y los españoles. El balance neto de su imagen es positiva. El exembajador brasileño en España, Antonio Simões, decía hace unos años que faltaba una narrativa cultural en la relación España-Brasil. Una narrativa que he intentado alimentar con mi tesis sobre Gilberto Freyre, así como he insistido en una reciente entrevista con hispanistas brasileños. Desde EL TRAPEZIO hemos apoyado la idea del iberismo antropológico, como trasfondo del proyecto panibérico de la Iberofonía. El exsecretario de la OEI, el brasileño Paulo Speller, hombre del PT en el ámbito de la educación superior y el espacio iberoamericano, defensor de la Iberofonía, escribió en EL TRAPEZIO sobre la Integración internacional: UNILA y UNILAB, 10 años después y sobre UNIBER, integración y cooperación solidaria iberoafroamericana.

Lula siempre se llevó bien con la banca española, las multinacionales españolas, y con el conjunto de la sociedad civil española. Se mostró totalmente contrario al separatismo interno español, a diferencia de otros líderes hispanoamericanos. Lula siempre ha apoyado moderadamente al espacio iberoamericano y de forma entusiasta la integración latinoamericana (sin retorica revolucionaria o contra nadie). Celso Amorim, su cerebro en el Itamaraty, es favorable a organizar una reunión entre todos los países lengua portuguesa y española. Algo que ya, durante la Cumbre Iberoamericana de Salamanca, Lula veía con buenos ojos.

Ha llegado la hora de retomar las relaciones que había en tiempos de Dilma o mejor con Lula, que incluso eran más ambiciosas desde la perspectiva iberoamericana, aunque siempre desde una agenda activa y altiva soberana, como así expliqué en una reciente ponencia de unos cursos de verano en Tarazona.

Hay que recordar que Lula es un nordestino, región de eminente raíz ibérica, que emigró al São Paulo industrial, organizó la clase obrera, simpatizó con el catolicismo popular, lo que le valió tener una relación privilegiada con el Papa Francisco, que fue el gran urdidor de establecer un clima para su liberación, además de por las revelaciones periodísticas sobre los procedimientos ilícitos de Sérgio Moro. Moro fue -como diría García Márquez- “proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad, y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre”. José Padilha, famoso director de cine, se ha arrepentido de haber hecho la serie El Mecanismo de NETFLIX. Solo habló una vez con Moro y fue después de la serie (por tanto hizo la serie sin una investigación real). Pues bien, Padilha se ha dado cuenta de la limitación intelectual del exjuez: es “burro”, le confesó a su mujer.

Actualmente, Lula ha conseguido una alianza con el catolicismo de derechas (Geraldo Alckmin) y, con su capacidad de hablar con la lengua del pueblo, ha logrado atraer a un fragmento importante del voto evangélico que en el pasado le votó. Las mujeres y el Nordeste serán protagonistas de una posible victoria en la primera vuelta, que -por las encuestas- está a dos puntos de conseguir el soñado 50% +1. Solo le falta un poco de voto útil. En eso está concentrada la campaña en la recta final.

Desde EL TRAPEZIO, hemos acompañado todo su proceso de resurgir de Lula como el ave fénix. Es su gran segunda oportunidad para pasar a la historia, que puede ser comparado, en tanto que personaje histórico, con Getúlio Vargas. Vuelve después de haber sido humillado y criminalizado (y en el caso de Lula encarcelado 580 días). Getúlio, víctima de la República do Galeão, y Lula, víctima de la República de Curitiba. Es por ello que el espíritu de esta campaña nos recuerda al jingle de la campaña electoral de Vargas: “Retrato do velho”.

En estos tres años de actividad de EL TRAPEZIO, hemos informado de su salida de la cárcel y escribí dos artículos, uno en 2020, sobre Un Brasil militarizado: epicentro pandémico y de disonancia cognitiva y, en 2021, sobre Brasil: bravatas que apuestan en el caos electoral.

El 2 octubre es más que probable que Lula entre a la Historia por la puerta grande. Y la importancia de esta victoria no solo lo es para España, sino también para Portugal, la lusofonía y la iberofonía. No quiere decir que seamos su única prioridad. Somos una de sus prioridades, en un segundo nivel, incluyendo a otros países europeos. No obstante, él es consciente de la relación específica cultural (e inversora) y del potencial de su relación indirecta con la integración latinoamericana.

Cuanto antes se resuelva el pleito electoral, mejor. Pero si no puede ser en la primera vuelta, será en la segunda vuelta. Como dicen los brasileños: paciência. Paciencia en un sentido de apechugar la adversidad temporal, teniendo templanza y esperanza -en este caso sebastianista-lulista-. Tenhamos fé. Vai dar tudo certo.

Pablo González Velasco

La Reconquista cristiana ibérica no fue la Conquista del Oeste

A veces tengo la sensación de no estar de acuerdo con nadie, aunque en realidad estoy de acuerdo en parte con varias posiciones del espectro académico, mediático y político. Es importante, mientras se pueda, superar la tentación de convertirse en un ermitaño intelectual. Es cierto que las lecturas de obras entre diferentes ermitaños también implican un debate, pero parece -a todas luces- insuficiente. Además, muchas veces ni se leen. En ese sentido, si se quiere influir (y ser influenciado), hay que estar presente en diversos espacios de debate, aunque sólo se comparta un 60% del propósito de cada uno de ellos. Paralelamente, es bueno cuidar y disfrutar de un cómodo espacio propio (y colectivo) donde refugiarse de las pedradas ideológicas. Dicho espacio, que para mí sería el iberismo, no convertirse en un bunker cerrado a cal y canto, sino un lugar de divulgación y enseñanza.

En redes sociales se está produciendo un debate -bastante enconado- en torno de la pertinencia historiográfica del término “Reconquista”Como extraños compañeros de cama, tanto quienes defienden tajantemente el término, como quienes fervorosamente lo niegan, quieren darle una connotación ortodoxa, rígida y nacionalista al término, cuando -antes de barruntar una hipótesis de descartar el término- deberíamos intentar flexibilizar el concepto dado que está ampliamente consolidado. Primeramente, cabe una aclaración: el término “Reconquista” no surge del franquismo, sino que fue popularizado por el historiador liberal progresista Modesto Lafuente (1806-1866). Como casi todos los conceptos historiográficos nacen posteriormente al evento y son imperfectos. Eso no es una novedad; forma parte del estudio de la historia conceptual. De hecho, es perfectamente posible que puedan surgir nuevos términos que substituyan al de Reconquista y que tengan más éxito en el futuro, pero no parece muy realista. Lo acertado, bajo mi perspectiva, es hacer antropofagia metodológica de términos consolidados -que permiten el diálogo con las partes- antes que instalarse en los monólogos de la iconoclastia, haciendo discursos para la parroquia. Y esto también sirve para términos consolidados de su opuesto ideológico.

A mí no me importa usar los términos sintéticos de la historiografía de los vencedores. Es decir, aunque no se pueda establecer un vínculo directo entre Don Pelayo y los visigodos, el grueso del proceso de conquista del sur se hizo reivindicando su lazo religioso cristiano con los últimos visigodos. Los proyectos políticos del presente se hacen con referentes del pasado o por lo menos -aquellos que pueden hacerlo- lo hacen para dotarse de legitimidad. La Reconquista es la disputa religiosa-militar de Iberia entre el cristianismo y el islam. El cristianismo tenía un referente anterior a Al-Ándalus con el que se identificaban. No tiene mayor misterio. Ahora bien, lo cortés no quita lo valiente, como demostraron Rafael Altamira y Américo Castro en la aceptación del término Reconquista y -al mismo tiempo- en la valoración positiva de la herencia andalusí. En el caso de Castro, y sus discípulos, incluye defender una reconquista permeable y mestiza, con filias y fobias. Hay quienes nacionalizaron Al-Ándalus como Menéndez Pelayo o Menéndez Pidal y, en parte, Sánchez Albornoz -cuando le daba la gana o no había manera de minimizar su influencia-. Esa operación nacionalizadora es un sesgo historiográfico y anti-iberista por lo excluyente de Portugal, aunque al menos no lo extranjerizaban o lo silenciaban -al completo- de la historia de España.

Existe la idea negativa de lo que implica una conquista, una reconquista, una colonización o una invasión, que hoy en día, con las Naciones Unidas, nos puede escandalizar, pero en aquel pasado era un método habitual de todas las civilizaciones de instalarse fuera de su núcleo territorial inicial. Por tanto, no necesariamente una conquista es un evento estrictamente negativo. La Reconquista puede trasladar una idea de hegemonía en la repoblación que puede ser cierta, pero por mucho que se trate de minimizar la herencia andalusí, necesariamente tuvo que haber una metabolización y no una supresión cultural. Ahí están las conversiones, los matrimonios y lo mudéjar.

Quiero llamar la atención a la tenaza que se produce entre la maurofobia y la hispanofobia que impide, tanto un debate nacional sosegado, como el desarrollo de un interés transversal por el estudio de la historia de la península ibérica -en su integridad- y sus proyecciones pluricontinentales. Esta tenaza sectaria es también una pinza entre los maurófobos-hispanófilos y los hispanófobos-maurófilos al haber un consenso sobre el prototipo de la rigidez del reconquistador y su modelo de aculturación. Lo razonable sería mantener una hispanofilia y maurofilia moderada.

Lo moro se nos aparece como una amenaza externa histórica y actual, así como como un fantasma de un fragmento de nuestro pasado genético y cultural interno. Ambos lados de la tenaza hispanomaurófoba están entrelazados. Por un lado, la maurofobia implica freudianamente una autohispanofobia entre hispanófilos. Detrás de la maurofobia hay -probablemente- un supremacismo europeo y un odio a parte de sus antepasados. Por otro lado, la presencia de la maurofobia en el discurso oficial genera hispanofobia entre maurófilos (andalucistas y gentes de izquierdas). La maurofobia puede ser entendida como un racismo cultural de la civilización islámica del pasado o de la actual que, por otro lado, conviene diferenciar. Tampoco conviene confundirlo con las razonables y pertinentes prevenciones políticas ante las tensiones que tiene España con un régimen agresivo no fiable como el vecino Reino de Marruecos o ante posibles crecimientos de corrientes más fundamentalistas -financiadas por Arabia Saudí– en el interior de España.

Entre las fuentes principales de la leyenda negra, ese nubarrón mutante de prejuicios y victimismo, está la visión de los países protestantes hacia los católicos (del norte al sur; una constante), la hispanofobia -especialmente- la endorracista practicada por los propios países hispanos, sin olvidar al narcisismo regional de las pequeñas diferencias (pan)ibéricas, su opuesto de menospreciar la pluralidad regional española y la confusión en la relación de Europa y África -en el marco del mediterráneo- con la singularidad relativa ibérica.

El exclusivismo maurófobo es más un problema de los intérpretes que del proceso real de recristianización (y expulsión gradual del islam) de la Península, que por otro lado fue un proceso victorioso, material, del que tampoco caben revanchismos historiográficos. Ahora bien, sí cabe atender al balance cultural-antropológico mestizo, que los más entusiastas de la Reconquista, entendida de forma presentista como “liberación nacional” o, desde un anacronismo disparatado, de una aculturación bajo un modelo de autosuficiencia cultural de tipo protestante y burgués, tratan de olvidar o de disimular mirando hacia otro lado.

Hace falta más lectura de las heterodoxias, la diversidad y las contradicciones del proceso cristiano-reconquistador, que ya cuenta con un buen acervo de investigaciones, porque una cosa es el sentido religioso del proceso y otra cosa es el resultado antropológico. Atacar al mito bueno de las tres culturas no es sólo un ataque a Al-Ándalus sino también una calumnia contra los periodos de predominio de la convivencia en el seno de los reinos cristianos, así como un ataque contra el concepto cultural alfonsí o contra la cultura cristiana mozárabe. Es obvio que hubo negociación y acuerdos entre reinos ibéricos de diferentes religiones. Por ejemplo, las capitulaciones de la toma de Granada son contraintuitivas porque son bastante respetuosas y se cumplieron hasta 1499.

Los que luchan con tanto ahínco contra la leyenda negra deberían dejar de insultar a una parte de las herencias culturales españolas e ibéricas. Estoy cada día más convencido de que sólo conseguiremos salir de la división interna de la interpretación de España si logramos superar (o -al menos- minimizar) la maurofobia y la hispanofobia, sin perder el espíritu crítico. Un bajo etnocentrismo, como el que suele aparecer en las encuestas sobre el patriotismo español, es saludable, pero no un etnocentrismo “negativo”, es decir, un país que se autoflagela en la retórica y el teatro político, pero que en la práctica está muy a gusto con su estilo de vida, fruto del patrimonio histórico de las generaciones y las civilizaciones que nos precedieron. Hace falta generosidad con el país. Un Estado no puede desarrollar una geopolítica potente si deja sus llagas expuestas para que sus rivales le metan el dedo.

Insisto. Existe un consenso entre la hispanofilia maurófoba y la hispanofobia maurófila: la brutalidad y la unilateralidad de la Reconquista. Pareciera que los reconquistadores estaban exentos de piedad cristiana y tenían el supuesto soporte de un Estado nacionalizador que les hacía impermeables a la cultura andalusí. Y, sin embargo, poco después, en América, -según los más imperiófilos– los conquistadores se comportarían de manera diferente. Algo que no comparto, porque tanto el reconquistador como el conquistador eran mixófilos. La conquista de Hernán Cortés sólo se explica con la inteligencia de las alianzas, y no sólo por la brutalidad. No se trata de negar el lado violento y represivo, sino de evitar tomar el rábano por las hojas, cuando también existió una interpenetración de culturas, donde hubo periodos de convivencia con discriminación relativa y finalmente la posibilidad de salvación por conversión.

Es un error pensar un imaginario de la Reconquista como un proceso que se inicia con un “Destino Manifiesto” de Don Pelayo, cuyos guerreros y caballeros van camino del sur como los angloamericanos -con sus diligencias y rifles- fueron hacia el Oeste para unificar el país, matando y acorralando indios. En este caso serían musulmanes. Y, en el mejor de los casos, comerciando con ellos, pero sin poder participar en la nueva sociedad. Obviamente, no tiene sentido ese paralelismo. Por tanto, la idea de la Reconquista como Conquista del Oeste hace un flaco favor al modelo de aculturación flexible, mixófila, ecuménica y cristocéntrica que -en teoría- los imperiófilos defienden (sólo) como modelo de interpretación de la colonización ibérica de América, que no fue otra cosa que una continuación de la Reconquista.

Desde el punto de vista del iberismo metodológico, la Reconquista no fue una empresa nacional, porque además de León, Castilla y Aragón, la llevó a cabo Portugal. En todo caso fue ibérica y cristiana. Tanto la Reconquista como Al-Ándalus, hay que pasarlos por el prisma del iberismo metodológico y no por un nacionalismo metodológico. Tampoco fue una empresa feminista como pareciera en algunas voces de los que hoy paradójicamente se dicen antifeministas.

También conviene no exagerar, como hicieron los románticos extranjeros, la influencia andalusí porque Al-Ándalus se peninsularizó, es decir, las élites se adaptaron e imitaron en parte a la sociedad hispanogoda, que era su base preexistente. No hay que perder de vista la idea de la sedimentación de las diferentes civilizaciones que se instalaron y desarrollaron en Iberia. Es ahí donde entra el prisma del iberismo metodológico como integrador de herencias culturales, pero no como revancha falsa de los vencidos, sino como reconocimiento de realidades con sus hegemonías y sus influencias minoritarias pero decisivas.

Es precisamente nuestra herencia cultural, con nuestras occidentalidades nuestras orientalidades domésticas, lo que nos ofrece la posibilidad de tener un papel de mediadores geopolíticos. En las conclusiones de mi tesis, cuando analizo la recepción de la obra de Gilberto Freyre en España, apunté que “si Freyre representa el valor de la hispanidad y la arabidad en nuestra cultura panibérica, la derecha por ser –predominantemente– maurófoba y la izquierda hispanófoba (tendente a asumir argumentos de la leyenda negra), ambas actitudes explican la falta de interés en los objetivos y contenidos de su obra. La cultura maniqueísta y de la cancelación, que –más que a personas– cancela debates, excluyen la hipótesis de una realidad paradójica. Este problema es ideológicamente transversal y cada ideología tiene un genocidio en el armario, cuyo oponente lo sacará del armario para desacreditarle. En mitad de esa guerra psicológica lo que perece es un análisis materialista basado en el relativismo cultural. En España está pendiente un debate sincero, sin tabús ni idealizaciones, sobre la identidad mudéjar española y la colonización ibérica”. Una problemática que también afectó a la recepción de la obra de Américo Castro, del que recordamos en este año 2022 el medio siglo de su fallecimiento.

Pablo González Velasco